domingo, 29 de junio de 2008

Gracias cero.

Cansada de escupir una sonrisa al tiempo que nos ahoga en un abrazo; en un beso que no termina, que viola tus sentidos y te agarra tan adentro que no deja llegar aire a tus retinas.
Va bajando entre tus altitudes carnosas y jóvenes, que muchos morirían por probar, haciendo que olvides si estás aquí o allá, o como te llaman cuando despiertas. Susurra un nombre que jamás hayas oído, y que recuerda a un alguien que ya es imposible que te coma; un nombre impronunciable que te tiembla las entrañas y borra cualquier cosa que estuviese tan adentro.
Relame tus pupilas apretando más profundo, hasta que no puedes hacer nada más que dejarte. Dejar que haga lo que quiera. Que te obligue a contar lo impronunciable, a llorarle los silencios escondidos que casi tenías por olvidados, a explicar tantos por qués, que no nos llega el infinito.
Pero no importa cuanto hables, seguirá apretándote más fuerte, hasta que no seas capaz de controlarte, y te vayas tan lejos que nadie ha ido jamás,
y que sea para quedarte.



(Alguien me recordó que un día quise decir todo eso, y que hay cosas que sí que no se olvidan.
Gracias.)

domingo, 8 de junio de 2008

Mateix.

Querer vomitar.
Vomitarme.
Odiar el recordar un solo beso tuyo.
Un te quiero infinito, carcomiéndome las entrañas.
Un instante de felicidad, como todos contigo; aúlla el ir a estropearlo, a romperlo, a cagarlo, a alejarte de mí queriendo y sin querer.
Y el no poder evitarlo.

El odiarme por no ser distinta.
Por no llorar como todos, y hacerlo con palabras, que a menudo nadie entiende, o sí; pero no un todo, no mí todo. El todo que duele, que hace que sangremos salado. Que hace que sangre salado, y cada lágrima abrase el lagrimal al salir despacio, cortando como entre cristales, rasgando mis mejillas.

Si cada día es el preguntarme como seré hoy.
Girar una ruleta que dirá exactamente igual, o que volverá a cambiarlo todo.
Un péndulo al que no le gusta quedarse en el medio. Que por mucho que lo intente no puede. Y se odia por ello.
Pero tampoco puede quedarse quieto. Y busca consuelo en culparte a ti, diciendo que a lo mejor no es culpa suya el volver a caerse, para decidir otra vez si seré igual o diferente; que a lo mejor eres tú, que no sabes atarlo con suficiente fuerza.
Otra vez a los extremos,
¿ahora sí quiero que me ates?
antes no, ¿y ahora sí?

¿y te quejas de que no te entiendan?

Desvestiré entonces el consuelo, y seré yo la única culpable.
Volvemos al principio.

Que de una manera u otra todo vuelva a terminar en ti.
A empezar terminar en ti.
En culparte a ti.
Odiarte a ti. Quererte a ti.

¿Y ahora?
Sigo sin poder sacar todo.
Pero aún así, me siento vacía.
Tan vacía que parece que todo involuciona.
Y lo único que se ve es como me repliego sobre mi misma.




Vacía.