miércoles, 30 de julio de 2008

Susurros.

Susurró al viento su deseo de desaparecer.
Y entonces pasó.

No más sentirse incomprendida, sola o vacía.
No más sensación de estar equivocándose cada segundo.
No más gestos o sonrisas falsos que contradecían hasta el último de sus pensamientos o principios por no incomodar.

Ya no habría nada más. Solo la ingravidez apoderándose y llenando cada uno de sus poros, que una vez aquí ya no significaban nada.

Como todo.
Como todas esas cosas que otrora la habían hecho volar y sonreír hasta el punto de olvidar al resto; todas esas cosas que un día la hicieron sentirse viva, pero que aquí no servían para nada, ni para nadie.

La abstracción y enajenación completa.
El dejar a un lado el mundo, y mudarse a un nuevo universo. Dónde el todo era ya la nada, y lo único importante era el no sentir, al que a cada segundo te vas acercando más. Y el que, junto con la ingravidez, se filtra hasta lo más hondo de tu organismo, apoderándose poco a poco de cada una de tus células; hasta controlarte por completo.
Un control, el único deseado, que despoja cualquier ápice de sensación; que arranca todo, lo querido y lo que no, y te deja flotar en este algo para el resto de los días.

viernes, 18 de julio de 2008

Esto no tiene título.

Todas esas palabras que antes eran para mí, o para ti; ahora caen en un vacío congelado al cual no me atrevo a asomarme, tal vez por la infinita posibilidad de caerme con ellas.
La posibilidad de sobrevolar ese vacío infinitamente oscuro y congelado, para más tarde aterrizar en ese mar que serían todas nuestras palabras, en esa tercera dimensión; ese mundo que creamos, o creaste, para los dos, en el cual nos cobijamos cuando solo pensábamos en comernos el resto de la vida juntos, y relamernos el uno al otro sin importar nada más.
Pensar en ese mundo, de historias bajo sábanas, de cuentos antes de dormirme, abrazada a tu sonrisa y a tus ojos, que nunca dejarán de ser lo que son, porque solo pueden ser eso, el universo.
El universo infinito que me recrimina el dejar de sonreír, diciendo que es demasiado temprano para arrepentirse, sobre todo, de las cosas que aún podemos hacer; que puede ser que el señor destino se enfade tanto conmigo que decida cambiarlo todo y girar hasta que choquemos en ese beso eterno, que si nadie hace nada seguirá siendo una palabra más que añadir a ese vacío del que tú sí, pero yo no puedo olvidarme.
Deshacerse de la culpa y culparte a ti, o al destino, o al qué sabe nadie; a decir que cada uno lucha por lo que quiere, y si no haces nada es que no te importaba tanto; pero como solo tú sabes lo que pasa por tu cabeza nadie es quien para juzgarnos.
O quizá, tal vez, en realidad esto no sea nada, y solo una manera más de evadirse, de escupir, de soltar cada sentimiento que te aprieta o te desgasta; que tú seas eso y nada más, una vía de escape, un que sé yo, para arreglar lo que esté estropeado; que en el fondo es lo que eres, un mago, que sabe siempre lo que siento,
pero que no hace nada por sacarlo.
Que yo sepa que esta vez, no se arregla todo con palabras, y que probablemente ni los hechos valgan ni siquiera. Que a lo mejor esto es lo que debía ser, y no empeñarse en luchar contra todo para apretarnos, si en realidad lo que tú quieres lo tienes a tu lado, y yo difiero tanto de eso que no duraríamos ni un segundo; ¿pero y qué más da? si ese segundo pudiésemos eternizarlo, sin necesitar de las palabras para entendernos, saberlo todo con mirarnos a los ojos, y que solo importe el si te quiero.
Que sí.

martes, 15 de julio de 2008

A. D. I. P. U. T. S. E.

Algo la empujó a preguntar qué era eso que había hecho tan horrible, y el si podría arreglarlo. Él la miró, como si quisiera leer en sus ojos la respuesta, o tal vez más adentro; y la incitó a seguir preguntando.
Se puso algo nerviosa, no le gustaba nada que la mirasen a los ojos, excepto él, pero eso era agua pasada; preguntó por qué no podía olvidar, por qué si eso era lo que ella había escogido; preguntó qué era eso que la carcomía las entrañas, y que la hacía sentirse en ocasiones tan vacía que se llegaba a preguntar si eso no podría matarla; preguntó tantas cosas que las palabras salían a borbotones incontrolables de su garganta, sin que ella pudiera pensar si quiera lo que decía.
El brujo, o así había decidido llamarlo, parecía imperturbable, como si no prestase atención a las preguntas, porque ya sabía que ella las haría, y porque conocía todas las respuestas. Volvió a mirarla a los ojos, y esta vez sí fue tan adentro, todo lo adentro que se pueda ir, y una vez allí la empujó a mirarse, a darse cuenta de lo que en realidad era todo, toda ella; y no hicieron falta las respuestas, lo supo todo con una sola palabra.
Y también, que esta vez sí que no tenía arreglo.