Susurró al viento su deseo de desaparecer.
Y entonces pasó.
No más sentirse incomprendida, sola o vacía.
No más sensación de estar equivocándose cada segundo.
No más gestos o sonrisas falsos que contradecían hasta el último de sus pensamientos o principios por no incomodar.
Ya no habría nada más. Solo la ingravidez apoderándose y llenando cada uno de sus poros, que una vez aquí ya no significaban nada.
Como todo.
Como todas esas cosas que otrora la habían hecho volar y sonreír hasta el punto de olvidar al resto; todas esas cosas que un día la hicieron sentirse viva, pero que aquí no servían para nada, ni para nadie.
La abstracción y enajenación completa.
El dejar a un lado el mundo, y mudarse a un nuevo universo. Dónde el todo era ya la nada, y lo único importante era el no sentir, al que a cada segundo te vas acercando más. Y el que, junto con la ingravidez, se filtra hasta lo más hondo de tu organismo, apoderándose poco a poco de cada una de tus células; hasta controlarte por completo.
Un control, el único deseado, que despoja cualquier ápice de sensación; que arranca todo, lo querido y lo que no, y te deja flotar en este algo para el resto de los días.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario