martes, 15 de julio de 2008

A. D. I. P. U. T. S. E.

Algo la empujó a preguntar qué era eso que había hecho tan horrible, y el si podría arreglarlo. Él la miró, como si quisiera leer en sus ojos la respuesta, o tal vez más adentro; y la incitó a seguir preguntando.
Se puso algo nerviosa, no le gustaba nada que la mirasen a los ojos, excepto él, pero eso era agua pasada; preguntó por qué no podía olvidar, por qué si eso era lo que ella había escogido; preguntó qué era eso que la carcomía las entrañas, y que la hacía sentirse en ocasiones tan vacía que se llegaba a preguntar si eso no podría matarla; preguntó tantas cosas que las palabras salían a borbotones incontrolables de su garganta, sin que ella pudiera pensar si quiera lo que decía.
El brujo, o así había decidido llamarlo, parecía imperturbable, como si no prestase atención a las preguntas, porque ya sabía que ella las haría, y porque conocía todas las respuestas. Volvió a mirarla a los ojos, y esta vez sí fue tan adentro, todo lo adentro que se pueda ir, y una vez allí la empujó a mirarse, a darse cuenta de lo que en realidad era todo, toda ella; y no hicieron falta las respuestas, lo supo todo con una sola palabra.
Y también, que esta vez sí que no tenía arreglo.

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