miércoles, 15 de abril de 2009

Cosa.

Las letras ahogaban su paso.
No te olvides de volver rezaban. Vociferando por encima de cualquier sonido, incluso de los suyos.

Preguntar no siempre es una buena idea se reprochaba, sobre todo cuando sabes que no va a gustarte la respuesta.
Aún así lo hago, sabiendo lo que vas a decirme; incluso sabiendo por qué dirás eso, la oscura y retorcida razón por la cual contestarás eso y no otra cosa.
Quizá sea lo que queremos escuchar, lo que queremos pensar. Lo único que podemos soportar.
Mentir. Mentirme. Mentirte. Mentirnos.
Golpear cada dígito hasta la extenuación, hasta el súmmum de sus latidos, hasta la última gota de rabia y asco que pueda exprimírsele.
No contestes si no quieres, tal vez sea demasiado personal; probablemente ni siquiera deba interesarme, y es así, no debería, pero lo hace.
A veces.
A veces sí, otras no, y divago de un universo a otro, flotando entre susurros de quien sabe lo qué; porque siempre lo hago a oscuras.
Y otras, las peores más odiadas y temidas. Otras, las más persistentes y asfixiantes.
Otras.
Es por ti.
Eres tú. Eres ella. La única e indiscutible. Eres él. El sonido de la lluvia.
Y eres cada suspiro ensangrentado, cada golpe contra la pared, cada respuesta no es nada.
Burbuja.

La realidad sigue siendo la misma; una burbuja.

jueves, 9 de abril de 2009

Angélica II.

Chapoteaba suavemente en el agua con las yemas de los dedos, mientras con la otra mano jugueteaba entre su pelo.
Sus pensamientos, al contrario de lo esperado, divagar de un lugar a otro, de segundo en segundo, de persona en persona, de un sentimiento al contrario o de todas las imágenes que pudo almacenar en sus retinas; solamente se centraban en una cosa.
Él.


Siempre supo que iban a perseguirse el resto de su vida.
Nunca dudó en cuanto a que lo que por él sentía iba a marchitarse, desaparecer.
Jamás pensó que podría apartarse de él, echarlo de sus pensamientos, borrarlo.
Y ni siquiera intentó cercar lo profundo del abismo, aquel que ya habían hecho suyo.

Aprendió a vivir siendo consciente de la tortura que implicaba para ellos el saberse, entendiendo que aquello era lo único que podía ocurrir.
No había otro camino, otra opción. Esto era lo único que podían permitirse.
Lo único compatible con la vida.

Sí corrió todo cuanto pudo, se aventuró a nuevos mares, mordió distintos olores, atrapó infinitas imágenes o nuevas conversaciones.
También saboreó otras miradas, otros suspiros; para por fin atarse a un definitivo, al único que no aborrecía después de despertarse.
Pero su vía seguía terminando en el mismo lugar, lo único que podía cambiar era la manera de llegar a ella.


Abrió de nuevo el grifo.
El agua caliente manó como siempre, exhalando el mismo denso vapor; y como nunca.
Voló tantos años hacia atrás que casi se sentía mareada.
Pudo oler el dulzor de su sangre, la fuerza de sus latidos susurrándole lo más bello, y el brillo de sus rayos dorados. Apretar por última vez sus labios y desnudar una sonrisa.


Un fuerte estruendo la advirtió de que habían tirado la puerta abajo.
Ni siquiera se habían molestado en girar el pomo.
¿Por quien la tomaban? Ella no era ninguna cobarde; asumiría su castigo sin intentar zafarse.


Los oyó registrar toda la casa, hasta llegar a su habitación.

Nueve entró primero, un tanto avergonzado al observar la situación en la que ella se hallaba. Le preguntó si era así como quería hacerlo, si prefería ir a otro lugar o si tal vez quería taparse con algo.
Angelica contestó que así era como ella quería que terminase; mientras Catorce, Siete y Tres entraban también en el cuarto.
No sabía donde estaba el resto, tal vez ellos no querían presenciar aquello; puede que en el fondo no fuesen tan fuertes como él les creía.
Ninguno pronunció una palabra, tal vez esperaban que ella hiciese algo, tratase de engatusarlos o apelase a su piedad; pero aquello no iba a suceder.
Catorce se adelantó un paso, y antes de que él pudiese vaporizar la última sílaba de un perdón, Angélica le interrumpió con el no más rotundo que cualquiera de ellos había oído jamás.
Se quedaron desconcertados, hasta que ella habló de nuevo.
Quería que fuese Siete quien lo hiciera.
Se acercó a ella lentamente, para rodearla entre sus brazos.
La meció tan dulcemente como pudo. Cerró sus ojos, para que Colt pudiese besar su sien.
Su último beso.



(Ahogo mi tiempo haciéndote preguntas,
sabiendo de sobra que no tienes las respuestas.)

sábado, 4 de abril de 2009

Verde fosforito.

Son las cinco, o las seis o las diez.
Y ya no es nada.

No has venido. Prometiste no dejarme.

Pero no dejas de mirarme, y huelo tus ojos verdes observarme;
desnudarme, atarme sin sonrisas, despiezarme,
mejor así
más fácil de entender, de desangrar entre la hierba,
de llorar entre vapores
de mordiscos no te vayas, no me dejes despiezada, perdida entre papeles de un alguien
que no sé si podré interpretar.

Ya has cerrado.
Mi mono del espacio,
que me mordía como si no le quedase nada, y mañana fuésemos a morirnos;
yo no,
por eso tú me observas, y yo escribo.


(Más tarde, cuando él, aterrado, escuche mi estertor de muerte;
yo solo podré pensar en ti.
Y tú, solo podrás hacer que no me ves;
mentir un no me importa.)

miércoles, 1 de abril de 2009

Apnea.

Andrea estalló en un estridente y agónico chillido.
El silencio la disipó en un instante, arrastrándola al abismo del que siempre había escapado.
Todas las señales de advertencia, las vallas, las cercas, los alambres de espino y las llaves de candados arrojadas al mismo, no habían servido de nada. Algo la había arrastrado hacia allí sin que se diese cuenta, tal vez cambiaban cada decorado entre sus parpadeos, y la había arrojado sin piedad a lo más temido.

Se hundió en las gélidas palabras, que la despedazaban, pérfidas, sin poder hacer nada.
Ese mar la consumía, la arrastraba más y más abajo, pasando por cada lágrima, arrasando cada rayo de luz, cada sonrisa, y empodreciendo cualquier ápice de felicidad habida y por haber.
Todo era oscuridad, y las palabras destellaban cada vez que la cortaban, parecían sonreír, vengadas y retribuidas.
Rojo intentaba recobrar su capacidad de transformar ese dolor en otra cosa, no exigía ni siquiera placer, se conformaba con la simple neutralidad; pero todos sus esfuerzos eran en vano.

Se desmayó, tal vez por la confusión, por la pérdida de sangre, o quizá por el dolor que aquellas palabras irradiaban.

Como siempre en estos casos, no recordaba cuanto tiempo había permanecido así, ni si quiera era consciente de haberse desvanecido; pero algo la despertó, un cambio.
Las palabras cesaron, flotaba en el aire.
Por un momento pensó que aquella tortura había acabado, hasta que vislumbró la primera imagen acercándose a ella tan rápido que ni siquiera tubo tiempo de asimilar el golpe.
Las imágenes comenzaron a bombardearla, aplastándola, ahogando sus pupilas resecas y ajándola.

[...]

Tara seguía insistiendo, este era el último candado, y hoy no descansaría hasta tenerlo abierto; no podía permitírselo.
Después de otras cinco horas, permanecía impertérrito, mofándose, humillándola.
Salió de la habitación destrozando cada recuerdo que se interponía en su camino, decidida a convencer a Gris de que la ayudase.
Volvió con él.
Gris se fusionó con el candado, mientras este gritaba despavorido, y escupía todos los improperios que sabía; y estalló.

Tara sonrió ávida de poder, tan llena de triunfo que casi llora de alegría.
Observó durante unos instantes el pomo, el objeto deseado, la única razón por la cual se había mantenido con vida, la razón de su existencia.
Lo rodeó ceremoniosa, con las dos manos, y tiró.