jueves, 9 de abril de 2009

Angélica II.

Chapoteaba suavemente en el agua con las yemas de los dedos, mientras con la otra mano jugueteaba entre su pelo.
Sus pensamientos, al contrario de lo esperado, divagar de un lugar a otro, de segundo en segundo, de persona en persona, de un sentimiento al contrario o de todas las imágenes que pudo almacenar en sus retinas; solamente se centraban en una cosa.
Él.


Siempre supo que iban a perseguirse el resto de su vida.
Nunca dudó en cuanto a que lo que por él sentía iba a marchitarse, desaparecer.
Jamás pensó que podría apartarse de él, echarlo de sus pensamientos, borrarlo.
Y ni siquiera intentó cercar lo profundo del abismo, aquel que ya habían hecho suyo.

Aprendió a vivir siendo consciente de la tortura que implicaba para ellos el saberse, entendiendo que aquello era lo único que podía ocurrir.
No había otro camino, otra opción. Esto era lo único que podían permitirse.
Lo único compatible con la vida.

Sí corrió todo cuanto pudo, se aventuró a nuevos mares, mordió distintos olores, atrapó infinitas imágenes o nuevas conversaciones.
También saboreó otras miradas, otros suspiros; para por fin atarse a un definitivo, al único que no aborrecía después de despertarse.
Pero su vía seguía terminando en el mismo lugar, lo único que podía cambiar era la manera de llegar a ella.


Abrió de nuevo el grifo.
El agua caliente manó como siempre, exhalando el mismo denso vapor; y como nunca.
Voló tantos años hacia atrás que casi se sentía mareada.
Pudo oler el dulzor de su sangre, la fuerza de sus latidos susurrándole lo más bello, y el brillo de sus rayos dorados. Apretar por última vez sus labios y desnudar una sonrisa.


Un fuerte estruendo la advirtió de que habían tirado la puerta abajo.
Ni siquiera se habían molestado en girar el pomo.
¿Por quien la tomaban? Ella no era ninguna cobarde; asumiría su castigo sin intentar zafarse.


Los oyó registrar toda la casa, hasta llegar a su habitación.

Nueve entró primero, un tanto avergonzado al observar la situación en la que ella se hallaba. Le preguntó si era así como quería hacerlo, si prefería ir a otro lugar o si tal vez quería taparse con algo.
Angelica contestó que así era como ella quería que terminase; mientras Catorce, Siete y Tres entraban también en el cuarto.
No sabía donde estaba el resto, tal vez ellos no querían presenciar aquello; puede que en el fondo no fuesen tan fuertes como él les creía.
Ninguno pronunció una palabra, tal vez esperaban que ella hiciese algo, tratase de engatusarlos o apelase a su piedad; pero aquello no iba a suceder.
Catorce se adelantó un paso, y antes de que él pudiese vaporizar la última sílaba de un perdón, Angélica le interrumpió con el no más rotundo que cualquiera de ellos había oído jamás.
Se quedaron desconcertados, hasta que ella habló de nuevo.
Quería que fuese Siete quien lo hiciera.
Se acercó a ella lentamente, para rodearla entre sus brazos.
La meció tan dulcemente como pudo. Cerró sus ojos, para que Colt pudiese besar su sien.
Su último beso.



(Ahogo mi tiempo haciéndote preguntas,
sabiendo de sobra que no tienes las respuestas.)

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