sábado, 7 de septiembre de 2013

Algo a lo que agarrarse.

La mayoría de las veces es peligroso tener algo a lo que agarrarte. Algo que siempre va a estar ahí, que pasa desapercibido la gran parte de tu tiempo, pero que en cuanto lo necesites brillará y se agitará con todas sus fuerzas.
Tú te preguntas por qué. ¿Por qué de repente te parece tan útil? ¿Por qué no le habías prestado atención antes? ¿Por qué no te has dado cuenta de cuanto lo necesitas o cuan valioso es?

A veces todas esas preguntas son muy difíciles de responder. Y quizá todo se resuma en la necesidad de creer que si realmente lo necesitases no ibas a ahogarte, podrías agarrarte y te mantendría a salvo. El problema es justamente ese, te mantendría a salvo, solo puede hacerte flotar, nada más.

Lanzarías bengala tras bengala, embriagándote de su luz, hasta que alguien por fin te encontrase. Pero cuando finalmente lo hicieran ya no las necesitarías, volverías a olvidarlas, volverían a ser otra vez algo a lo que agarrarse. Es difícil pensar que a veces seamos solo eso, es mucho más fácil idealizar, o simplemente desechar.

Los extremos pueden ayudarnos a veces, pero no siempre se trata de eso. Es difícil dejar ciertas cosas atrás, como un libro que no te ha convencido o que has dejado de leer porque sí, que te ha enfadado o que olvidaste debajo de una montaña amontonada. Y es fácil añorar terminarlo, imaginar que acabará como tú esperas o que a pesar de todo sigue buscándote, pidiéndote que lo recojas y vuelvas a leerlo, quizá inventándose un nuevo comiendo, quizá reescribiéndolo todo para que esta vez no puedas dejar de leer, para que no puedas olvidarlo.