lunes, 23 de marzo de 2009

Angelica.

Seguía insistiendo, inventando palabras para convencerla; tenía que darse prisa, necesitaba ahora mismo esa mamada. Pero ella continuaba sin ceder.
Puso la mano delante de su cara y la subió como si de un telón improvisado se tratase, para que apareciese su mejor papel de capo de la mafia; aquello no podía fallar, hasta se había puesto sombrero.
Le sonrío de esa manera que tan loca la volvía, y como si de verdad fuese italiano, susurró: Voy a hacerte una oferta que no podrás rechazar.
Ella rió muy bajito, y asintió para que siguiese hablando.
“Te ofrezco: Tres masajes, Dos sesiones de fotos y Diecinueve orgasmos.”
Ella titubeó antes de contestar: ¿Qué hay sobre la magia?

Entonces lo comprendió todo, eso era lo único que ella quería de él, la magia. Todo lo que habían pasado, cada caricia inusual, cada susurro en su espalda, cada sonrisa implorando un beso.. todo, absolutamente todo había sido solo por la magia.

Cambió de nuevo su cara a la de Cabrón despiadado, y justo antes de escupir al suelo, le dedicó una mirada fulminante.
Ella se apartó de la pantalla, como si de verdad aquello pudiese herirla.
Ató cabos a su vez, y una lágrima que pareció cortarla en dos, escapó ávida y desafiante por su mejilla, la primera de muchas.
Permaneció inmóvil, con la cabeza semigacha, implorando compasión, deseando que todo aquello terminase; con su perdón o con la muerte, pero que terminase.

Algo se removió en su estómago al ver que ella lloraba, y sin saber muy bien por qué, dio un beso al cristal, para después susurrarle un te quiero, como si de una catarsis se tratara. Descolgó el teléfono, y marco los números sin mirar.
Ella supo lo que aquello significaba, y como una autómata, comenzó a desnudarse.
No sabía cuanto tiempo tardarían en llegar, pero supuso que tampoco importaba.
Se acercó despacio hacia él, mientras acariciaba suavemente su cicatriz preferida y se mordía sibilina el labio inferior. Cuando estuvo lo suficientemente cerca puso la mano en la pantalla, para después dejarse caer de rodillas frente a su dueño.
Permaneció inmóvil unos segundos, antes de levantarse sin mirarlo una centésima.


Llenó la bañera, y se tumbó a esperarlos.

¿Qué le pasa a Jack?

A Jack le pasa que está harto de comer manzanas con nocilla, que vomita por las mañanas porque ha dejado de tomar la píldora y los de durex le deben una indemnización; y más cosas.. más.

A lo mejor si le escuchases romperse los ojos en cada espejo te darías cuenta de lo que le pasa, o a lo mejor de lo que te pasa a ti, que a veces es más difícil escucharte que escuchar.

Sin desayunar silencios amargados en tazas de arco iris, si aún no ha llovido. Qué la hierba ya huela a mojado, y que todo el arena de la playa me quepa en una botella solo para que tú puedas olerla. Y hacer que llores comiendo galletas, y se me inunden los ojos de solo imaginarlo.

Tú.. que para decir te quiero no hacen falta dos palabras, que solo con pensar en tus ojos me tiembla la voz, a patadas con el tiempo que aún me queda sin ti, y que no da pasado, apretando a empujones los segundos que se hacen pegajosos a mis manos.

Entonces haré especiales tus ratos, porque tú me haces especial susurrándome.

Y al final.. al final siempre estás tú, y al principio y en el nudo; no importa si pienso en lo malo o en colores afilados que desdibujan sonrisas, no importa, porque siempre termino imaginando que me inmolo con un te quiero de tu boca.

miércoles, 11 de marzo de 2009

Ser morsa no siempre es divertido.

-¿Vas a llamarme?
-Sí.
-¿Seguro?
-Sí.
-Siempre dices sí, y luego nunca lo haces.
-Voy a llamarte.
-Vale.

En algún mar que pasa de azul a verde, una morsa flotaba, en el vano intento de sentarse para poder reír tranquila.
El sol de verano teñía de puntos amarillos cada tono de ese verde; ahogando salado, cada centímetro de sus rizos, amontonados para poder empaparse de caricias por si a ella se le antojaba olerle.
Por fin consiguió reír tranquila, no sin la ayuda de sus ojos, de agarrarse a su espalda, y volar hacia la orilla.
Tal vez la desvista, peinando la salitre para endulzar hasta su último suspiro; y quizá puedan dormitar chocolate en un abrazo de película.
Ya no le busca las cosquillas, ni recuerda esa salitre que la ahogaba. O echa de menos ser distinta entre sus manos.

No importa ahora olvidarse;
buscar un motivo para el perdón,
o una razón para llamarte.