sábado, 7 de septiembre de 2013

Algo a lo que agarrarse.

La mayoría de las veces es peligroso tener algo a lo que agarrarte. Algo que siempre va a estar ahí, que pasa desapercibido la gran parte de tu tiempo, pero que en cuanto lo necesites brillará y se agitará con todas sus fuerzas.
Tú te preguntas por qué. ¿Por qué de repente te parece tan útil? ¿Por qué no le habías prestado atención antes? ¿Por qué no te has dado cuenta de cuanto lo necesitas o cuan valioso es?

A veces todas esas preguntas son muy difíciles de responder. Y quizá todo se resuma en la necesidad de creer que si realmente lo necesitases no ibas a ahogarte, podrías agarrarte y te mantendría a salvo. El problema es justamente ese, te mantendría a salvo, solo puede hacerte flotar, nada más.

Lanzarías bengala tras bengala, embriagándote de su luz, hasta que alguien por fin te encontrase. Pero cuando finalmente lo hicieran ya no las necesitarías, volverías a olvidarlas, volverían a ser otra vez algo a lo que agarrarse. Es difícil pensar que a veces seamos solo eso, es mucho más fácil idealizar, o simplemente desechar.

Los extremos pueden ayudarnos a veces, pero no siempre se trata de eso. Es difícil dejar ciertas cosas atrás, como un libro que no te ha convencido o que has dejado de leer porque sí, que te ha enfadado o que olvidaste debajo de una montaña amontonada. Y es fácil añorar terminarlo, imaginar que acabará como tú esperas o que a pesar de todo sigue buscándote, pidiéndote que lo recojas y vuelvas a leerlo, quizá inventándose un nuevo comiendo, quizá reescribiéndolo todo para que esta vez no puedas dejar de leer, para que no puedas olvidarlo.

martes, 31 de enero de 2012

We live in a beautiful world.

No es fácil estar enamorado. No es fácil dejarte.
Suelo sorprenderme intentando no avanzar, o no dejar que avances. Construyendo muros, metáfora ya bastante desgastada.
Porque cuando dejas que alguien entre demasiado, o incluso te conozca demasiado, solo te quedan dos opciones:
-La primera es que huya tan rápido como le permitan sus piernas.
Eso es normal, por dentro el que más o el que menos da miedo. Yo creo que miedo no doy, pero en fin, tengo demasiados defectos (y cuantos serán los que yo no veo, y están ahí),y algún que otro problemilla emocional que suelo pagar con los demás; en fin, supongo que lo que todos, pero claro, como es mío..
-La segunda opción es que no quiera marcharse y se siente ahí rodeado de víveres y empiece a construirse una casita, primero modesta, luego ya se verá.
Aquí es cuando sabes que esa persona va a ser para siempre, porque es muy fácil decidir quedarse cuando conocemos la capa externa de la persona (ya lo decía Shrek, somos como las cebollas), esa capa en la que todos somos majísimos, no tenemos defectos, y por supuesto nadie tiene mal aliento por la mañana; pero claro, eso se pasa.
El problema de esta segunda opción es, ¿y si tú no quieres que se quede?, ¿y si te da miedo?, ¿y si no te gusta su yo de verdad?
Normalmente aquí me quedo yo, bastante asustada.
Aunque en realidad ese alguien ya ha pasado por ahí varias veces, y no tiene una casita modesta, no no, varios palacetes, con sus típicas comodidades, piscinita, pista de tenis, cuadras.. lo típico vaya.

Aún así, eso sigue asustando, por lo menos a mí (al resto del mundo también, no mintáis) porque cuando algo se ve con tanta certeza tiende a asustar, o quizá no eso, a superarnos, aplastarnos diría yo, amedrentarnos, como si fuese demasiado. Y piensas, no voy a poder con todo, ¿y si no lo soporto?, ¿y si no soy lo suficientemente buena para él?, ¿y si le intimido con mis idas de olla?
Soy mucho de pensar que voy a asustar a la gente, supongo que por eso prefiero escuchar en vez de hablar; y contarle mis historias a una señora pelirroja a la que le pago para ello.
Que tampoco sirve, lo de la pelirroja, porque claro, así de primeras no hay confianza como para soltarle tus miedos más profundos o tus perversiones, o cuanto odias a tu padre por haber sido un inepto. Esas cosas no se le cuentan a cualquiera. De todos modos tienes la certeza de que ella no huirá, no te jode, le estás pagando! y no poco.
También puedes optar por contarle todo esto a esa persona, esa que está enamorada de ti, y de la cual tú también lo estás (aunque no quieras). Él te entenderá, quizá no pueda aconsejarte o hablarte del modo que a ti más te aliviaría, pero quiere escucharte, y eso es más importante que cualquier cosa que pueda decir.
Y creo que ahí es donde radica todo esto, si alguien quiere escucharte es porque te quiere, y no hay más. Si alguien no quiere escucharte, es porque le importas un rábano.

lunes, 27 de diciembre de 2010

Pollock.

[..]
-Hablas como si... supieras.
-Siempre sé de lo que hablo.
-No quiero decir eso, deja de hacerte la tonta. Quítate la camiseta.
-No necesitas verlas, ya sabes como son.
-Todo este tiempo has dejado que pensásemos que estuvo solo, nos has dejado consolarte como si todo esto te importase; y ahora, lo sueltas así, casi suplicando que te deje marchar. No sé qué puedo decirte, a parte de que la próxima vez que huyas, deberías asegurarte de no seguir manchando todo a tu paso.
-Por esto no he querido volver a hablar. Sabía que ibais a odiarme.
-Nadie puede odiarte por querer liberarlo, en el fondo, eres la única que le ha querido de verdad.
[..]

-..RTA!
-¿Qué... pasa...?
-Pensamos que habías... oh Dios, creí que... que no volveriamos a oír tu voz. No vuelvas a asustarnos, nunca.


No mereces esto, es demasiado cruel
incluso para ti.

lunes, 8 de febrero de 2010

Portrait.

No sé qué me hace pensar que un día caerá un rayo del cielo, o no sé, quizá algo menos poético; y hará que dejes de pensar como piensas.

No sé por qué me convenzco de que algún día podré decir todo lo que pienso sin que le des la vuelta y se convierta en cualquier otra cosa, probablemente en un ataque.
Poder decir que esto no me hace sentir bien, que como casi siempre me siento vacía, que parece que en cualquier momento todo vaya a desmoronarse, que si pudiera desaparecer no dudaría en hacerlo, que hacía mucho que no lloraba de esta manera (que no es por llamar la atención); o que necesito sentirme comprendida más que cualquier otra cosa en el mundo, y que no me siento así.

martes, 2 de febrero de 2010

Magia.

¿Qué se supone que tiene que pasarme para que decidas emprender de una vez el rescate?
¿Qué se supone que tengo que decir para que pase algo?
¿Qué se supone que debo hacer para no encontrar más que vacio?

No ser más esa niña del columpio, ni llorar cogida de tu mano durante un no me dejes jamás.
No volver a desear un amigo, y que aparezcas como si alguien hubiese decidido darme más de lo que pudiera imaginar.
No encontrarme con que has desaparecido, ya no existes, eres nada;
y todo.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

De como me torturo con preguntas idiotas.

¿Quien podría no enamorarse de ti?
Malabarismos y copas de más.
Una bofetada.

¿Ya nunca serán?

Puede que cuando se de la ocasión estés viejo y arrugado.
Puede que cuando se de la ocasión tenga las tetas a la altura del ombligo.
Y puede que ni siquiera se de la ocasión.
También puede que un día en un acto de la más infinita locura, acepte tu realidad, y ceda. Puede que cedamos los dos.


No sé a qué juegas, no sé que pretendes besando y vomitando a partes iguales; no sé por qué me tiembla la voz cuando cuando dices que eres mejor que él, titubeo y no sé que contestar.

No sé por qué necesito mantenerte vivo.

miércoles, 15 de julio de 2009

Taronya.

El cambiar de azul a la apetencia, del auto a un libre albedrío.
Una mota de color esforzándose por atravesar cientos de paredes de hormigón, luchando por ser un alfa entre todas esas letras, y colarse entre mis labios.

Colarse entre tus labios.
Rehuir de tu mirada. Escapar de cada sílaba perdida.
Temblor en un terciopelo viscoso, en cualquier intento de saborearte con la yema de los dedos. Colorearte los latidos simulando sobriedad, sin estallar en un grito infinito por rozarte la mirada.

Ser mi sueño de una noche de verano, la calidez de las notas de tus ojos y tu pelo, el enredo del abrazo de lo imposible.
Esa pizca de luz.
Esa mota triunfante que sonríe consciente de la mayor complicidad.

Cerrar los ojos, saboreando ese instante desafinado.
Sabrá a agua, luz, azul cálido chispeante.
Estallar en esa euforia contenida, no la búsqueda de una ruptura temporal.
Dejando el regusto de no saber como terminar.

Y simplemente sonreír.