miércoles, 1 de abril de 2009

Apnea.

Andrea estalló en un estridente y agónico chillido.
El silencio la disipó en un instante, arrastrándola al abismo del que siempre había escapado.
Todas las señales de advertencia, las vallas, las cercas, los alambres de espino y las llaves de candados arrojadas al mismo, no habían servido de nada. Algo la había arrastrado hacia allí sin que se diese cuenta, tal vez cambiaban cada decorado entre sus parpadeos, y la había arrojado sin piedad a lo más temido.

Se hundió en las gélidas palabras, que la despedazaban, pérfidas, sin poder hacer nada.
Ese mar la consumía, la arrastraba más y más abajo, pasando por cada lágrima, arrasando cada rayo de luz, cada sonrisa, y empodreciendo cualquier ápice de felicidad habida y por haber.
Todo era oscuridad, y las palabras destellaban cada vez que la cortaban, parecían sonreír, vengadas y retribuidas.
Rojo intentaba recobrar su capacidad de transformar ese dolor en otra cosa, no exigía ni siquiera placer, se conformaba con la simple neutralidad; pero todos sus esfuerzos eran en vano.

Se desmayó, tal vez por la confusión, por la pérdida de sangre, o quizá por el dolor que aquellas palabras irradiaban.

Como siempre en estos casos, no recordaba cuanto tiempo había permanecido así, ni si quiera era consciente de haberse desvanecido; pero algo la despertó, un cambio.
Las palabras cesaron, flotaba en el aire.
Por un momento pensó que aquella tortura había acabado, hasta que vislumbró la primera imagen acercándose a ella tan rápido que ni siquiera tubo tiempo de asimilar el golpe.
Las imágenes comenzaron a bombardearla, aplastándola, ahogando sus pupilas resecas y ajándola.

[...]

Tara seguía insistiendo, este era el último candado, y hoy no descansaría hasta tenerlo abierto; no podía permitírselo.
Después de otras cinco horas, permanecía impertérrito, mofándose, humillándola.
Salió de la habitación destrozando cada recuerdo que se interponía en su camino, decidida a convencer a Gris de que la ayudase.
Volvió con él.
Gris se fusionó con el candado, mientras este gritaba despavorido, y escupía todos los improperios que sabía; y estalló.

Tara sonrió ávida de poder, tan llena de triunfo que casi llora de alegría.
Observó durante unos instantes el pomo, el objeto deseado, la única razón por la cual se había mantenido con vida, la razón de su existencia.
Lo rodeó ceremoniosa, con las dos manos, y tiró.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ojala tuviera el poder de ser el dueño de las llaves de esos candados.
Destruiría todas y cada una de las copias, para que nadie pudiese abrirlo nunca.
Ojala pudiera abrazarte cada vez que tropieces cerca de ese abismo, y evitar así que vuelvas a caer en él. Tapiarlo para siempre, prohibir la sola mención; hacer que así olvides que algún día existió.
Ojala pudiera arroparte en cada momento de debilidad, hacerte ver que en realidad eres más fuerte de lo que crees; que si de verdad lo quieres puedes conseguir todo lo que te propongas. Y no dejar que nada nunca vuelva a dañarte.