jueves, 6 de noviembre de 2008

Pe.

Nunca había imaginado que desnudarse delante de un desconocido iba a resultarle tan sumamente fácil. No lo de quitarse la ropa, eso era pan comido. Se refería a desnudar su alma, a mostrarse tal y como era de verdad; a entregarse totalmente, algo que creía imposible, pero que ahora se materializaba en aquella habitación.
Aquella habitación que les servía de teatro, donde escenificar todos sus sentimientos. Un teatro conformado en un salón, con una tela para poder llegar hasta donde ellos quisieran; una mochila rebosante de ideas, rimel, lencería, esposas, faldas, pintalabios, camisetas, botas, vergüenza, dulzura, sexo, ternura, curiosidad, odio, y tantas otras cosas más.
Una vez desnudas tu alma, y te roban esos cachos interpretados, ya no vuelves a recuperarla, pero reconstruyes un nuevo yo, deseoso de volver a ser secuestrado.

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